Que levante
la mano aquel que nunca haya pagado su agobio con algún ser querido (Cri cri cri). Somos así, cuanto más
queremos a una persona y esa persona más nos quiere, más libres nos sentimos de
volcar nuestro estrés y nuestra frustración sobre ella.
Y eso es
algo que deberíamos controlar, porque seguro que no queremos llegar a ese
momento en el que esa persona ya no esté con nosotros (porque no esté
físicamente o porque se haya cansado de soportar nuestras tonterías) y no
dejemos de sentirnos culpables por no haber disfrutado de los momentos juntos,
de no haber intentado ser felices, de no dejar aparcados a un lado aquello que
denominábamos “problema” y que eran una auténtica tontería comparado con el
vacío que tenemos desde que ya no disfrutamos de su compañía.
Es cierto:
No valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Por eso, en valorar aquello
que nos hace felices por encima de todo, sin tener que perderlo para apreciarlo,
está una de las claves de la felicidad de las personas.
Es algo que
ocurre con frecuencia: llegamos a casa tremendamente agobiados por el trabajo o
los estudios (o ambos), sabiendo que tenemos un montón de cosas por hacer y
viendo que no llegamos salvo que los días pasen a tener 30 horas… Y saltamos
como una metralleta soltándolo todo. Nuestra madre nos deja la comida encima de
la mesa y justo hoy no nos apetecía nada el suculento plato que lleva toda la
mañana cocinando con todo su amor… Y le soltamos “¿otra vez esta mierda?” Zas…
Directo a su corazón.
Pero
tenemos todavía munición para rato. Nuestro padre y hermanos nos preguntan que
si vamos a hacer algún plan familiar este finde
con toda su ilusión, y nosotros no tardamos en levantar una mirada desafiante
alegando: “Primero, no tengo tiempo. Segundo, para hacer estos planes tan penosos
no tendría tiempo ni aunque lo tuviera”. Y seguimos cenando esa “mierda” de
plato con cara de pocos amigos.
Sin
embargo, no todo ha terminado aquí. Luego llega el momento Whatsapp: Nuestro grupo de amigos está escribiendo con toda su
ilusión hablando de los planes del finde, a lo que tu respondes con un eufórico
“Nada tíos, estoy de bajón. Pasadlo bien
sin mí”, y por mucho que se pasen horas preguntándote los 30 contactos del
grupo de Whatsapp, vas a seguir
dejando la incógnita de qué es lo que te ocurre en el aire, porque ya se te han
hinchado las pelotas de tanto dar explicaciones sobre tu estado de ánimo.
Y entonces
llama tu pareja. Sí, esa persona que te hace la vida más bonita y que te
telefonea para preocuparse por tu día y para iros a dormir con una sonrisa.
Pero no, le dices que estás tremendamente agobiado, que no sabes lo que
quieres, que necesitas tiempo para ti, que últimamente no estás nada contento,
y que estás pensando que a lo mejor te vendría bien un tiempo solo. Sí, te lo
dices tú todo y ni tú mismo te lo crees, más que nada porque tu interlocutor te
produce mariposas en el estómago con sólo sonreírte, pero te crees que tu
horrible día irá mejor si te quitas problemas de en medio y estresas a la otra
persona. Esto provoca que tu pareja empiece a sufrir, tema el fin de la relación,
y le causes a él/ella un malestar para sentirte mejor.
Y sí, dicho así, pareces un puto monstruo. Pero sabes que la gente que te quiere (padres, hermanos, amigos, pareja) se han preocupado por ti porque les importas por encima de todo, por encima de tus agobios, por encima de tu malgenio… Y tú deberías corresponderles con una sonrisa y sabiendo sobrellevar las situaciones mejor. Seguro que ellos también están tremendamente agobiados con sus trabajos y estudios, pero en lugar de volcarlo en los demás, saben dejarlo a un lado e intentar centrarse en lo verdaderamente importante.
Ahora no
hace falta que te hundas y te machaques porque te sientes mal al abrir los
ojos, no. Ahora es el momento de poder cambiarlo todo y de empezar a ser aquella
persona que la gente que te quiere se merece que seas.
Pic by IStock
Comentarios
Publicar un comentario