A todos nos
ha pasado alguna vez o nos pasará. En la vida llega un momento en el que
sientes que necesitas algo más, algo que te motive, algo que haga que te
levantes como un rayo todos los días de la cama y con una sonrisa de oreja a
oreja, algo que haga que tu vida cobre más sentido todavía.
Y sí, a
veces nos perdemos, no sabemos lo que queremos, pero sabemos que queremos ser
felices, que todavía hay un trecho más de felicidad que podemos alcanzar. Las
cosas se nos complican: tenemos muchas responsabilidades, mucho por estudiar o
un trabajo (si lo tenemos) que no es lo que habíamos deseado, y pocas ganas y
tiempo para disfrutar de lo que verdaderamente nos gusta y lo que nos hace
felices. Y todo ello hace que entremos en un bucle de desgana continua, de hacer
por hacer, de no tener ilusión para luchar por nuestros sueños… porque los
hemos ido perdiendo por el camino.
Y esto no
puede ser: la vida está hecha para disfrutar, no para quejarse constantemente.
Para poder sobrevivir (salvo algunos pocos elegidos como Paris Hilton, que
pueden vivir permanentemente de fiesta en fiesta en Ibiza) tenemos que
trabajar, sí, y no siempre tenemos el trabajo de nuestros sueños. Pero no por
eso hay que tirar la toalla tan pronto. Hay que seguir trabajando y obteniendo
el dinero que necesitamos para tirar
hacia adelante, sin dejar de buscar y de formarnos para el trabajo de nuestros
sueños. Porque sí, las oportunidades llegan, pero hay que saber estar alerta y
no dejarlas pasar.
Evidentemente
pasamos muchas horas del día trabajando, pero luego es cierto que siempre hay
tiempo libre. Tener claro lo que nos gusta, lo que nos hace felices, nos
permitirá optimizar el poco tiempo de ocio que nos queda. A quien le guste el
gimnasio, que se mate a hacer flexiones; a quien le guste ir de tiendas, que se
recorra todo el centro comercial; a quien le guste ir de cañas, que no tenga
pereza y llame a sus amigos para pillarse unas birras y desconectar…
Sin
embargo, lo que le ocurre a muchas personas es que no saben lo que
verdaderamente les gusta porque, hagan lo que hagan, nunca se sienten felices y
siempre tienen la sensación de que, haciendo otra cosa diferente, serían más
felices todavía. ¿Y cómo se soluciona eso? Muy sencillo, escuchándote a ti
mismo y prestando más atención a tu día a día.
A lo mejor
nunca te has dado cuenta de que cuando se te estropea algo en casa no te
resulta extremadamente difícil ni pesado arreglarlo, de modo que el bricolaje,
fabricarte tus propios muebles o hacer algo de decoración te podría ayudar a
sobrellevar el estrés del día a día. Si cuando llegas a casa cansado de
trabajar no te molesta especialmente el hecho de ponerte a cocinar, a lo mejor
la cocina es lo tuyo y podrías apuntarte a algún tipo de curso de cocina
especializado (de postres, de comida sana…), sitios en los que además tengo
entendido que se liga bastante.
Y es que
sólo es eso: pararnos y observar. La vida pasa muy rápido y nos sumamos a esa
vorágine sin meditar sobre lo que hacemos. Encendemos el piloto automático y ya
no podemos parar. No obstante, esto no es siempre así. Echar el freno y
meditar, respirando tranquilos, sin que nada nos moleste, conectando con
nosotros mismos y con nuestra felicidad interior nos va a permitir saber qué es
lo que nos haría ilusión en la vida, qué metas queremos tener, y qué es aquello
que nos hace felices y que podemos hacer casi cada día para desconectar de
nuestras obligaciones.
Tener todo
eso especialmente claro será un chute de energía y felicidad que ayudará a que
miremos todo con otra perspectiva, pensando desde una visión optimista que
facilita que arreglemos nuestros problemas de forma mil veces más sencilla.
Así que no
lo olvides:
“La clave de tu
felicidad la tienes tú mismo”
Pic by IStock
Comentarios
Publicar un comentario