Pasamos por
la vida viviendo en automático, intentando cumplir los patrones de felicidad
preestablecidos y desengañándonos al comprobar que el pastelón que Disney ha
grabado en nuestras retinas es eso, pura ficción.
Tradicionalmente,
desde pequeños nos han inculcado la idea de “cásate y ten hijos”, una buena
variante del “creced y multiplicaos”, y desde la infancia vivimos con una idea
preconcebida y mayoritariamente seguida de “me haré mayor, me casaré y tendré
hijos”, como si ese fuera el fin último del hombre.
A partir de
ahí, tienes dos grandes posibilidades: Dejarte llevar por la corriente
mayoritaria y hacer “lo que toca”, o ser de esas minorías cuyos valores morales
son relegados de forma inconsciente en la sociedad, que deciden hacer lo que
les da la gana y luchar por el que es su sueño (y no el que debería ser).
Esos seres
diferentes a los demás tienen su propia moralidad, sus propios valores y unos
fines muy claros: Decidir su vida en base a lo que les apetece hacer en cada
momento, sin dejar que la opinión ni la existencia de nadie puede llegar a
virar su dirección. Así, se aprovechan de los puntos débiles de los demás para
fortalecerse como personas, pero como una simple y llana estrategia, y no como
personas sin escrúpulos.
No
obstante, el amor llega, y llega para todo el mundo, incluso también a estas
personas más fuertes. Eso es lo que ocurre justo cuando se encuentran con otro
ser diferente pero tan diferente como ellos, con alguien que por ejemplo no
quiere casarse ni tener hijos, sino a lo mejor dar la vuelta al mundo con
retorno sine die, y lo mejor de todo:
Alguien a quien le dé igual que los demás no compartan su forma de vida.
Es justo en
ese momento cuando todo se pone en jaque: Ya no sirve de nada decir que
controlas la situación, que no te vas a enamorar, que tienes muy claro lo que
quieres en la vida y que nada ni nadie te apartará de ello… Porque sabes que no es verdad. Intentas
aparentar normalidad, intentas demostrar que sigues siendo el mismo de siempre,
pero esa persona es capaz de sacar en ti algo que todavía no habían conseguido,
algo que te hace sentir más vulnerable, algo que odias, pero sin embargo
transiges, sin entender muy bien por qué. Empiezas a perdonar cosas que antes
no tolerabas absolutamente a nadie, y empiezas a modular ciertos aspectos de tu
vida, a limar ciertas reacciones… Y a echar de menos a esa persona si te pasas
un día sin saber nada de ella.
Las citas,
los encuentros, los planes… Cada vez son más bonitos, más íntimos y más de
pareja, y sin darte cuenta todo eso ha pasado a darte igual, simplemente porque
con su compañía la felicidad está asegurada.
Dicen que
el tren sólo pasa una vez en la vida, y si detectas que todos los trenes que
pasan son blancos y que este es verde, quizás ese piloto automático que ha
sonado en tu interior te está indicando que dejar pasar una oportunidad como
esta podría ser uno de los grandes errores de tu vida. Porque muchas veces no
hay una segunda oportunidad o, si la hay, quizás sea tarde.
Vive la
vida que siempre has imaginado desde ya, no hagas planes de futuro venideros
para conseguirla, lucha por lo que quieres desde el segundo número uno. Así,
pase lo que pase, sabrás que nunca es una derrota.
Casualidad,
causalidad… Quién sabe. A veces necesitamos una buena causalidad para que el
destino deje de ser una mera casualidad caprichosa que mueve nuestra vida como
los hilos de una marioneta. Porque, para estar en paz con nosotros mismos, hay
que calmar a nuestra mente. Y, muchas veces, nos acaba diciendo y resaltando
las señales que está mandado nuestro corazón: “Sea como sea, no l@ dejes escapar”.
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